La intención de llegar la gente de los barrios humildes marcaría a Mugica de un modo definitivo, dejando atrás su origen aristócrata. Él reconoció haber participado "del júbilo orgiástico de la oligarquía por la caída de Perón Una noche fui al conventillo como de costumbre. Tenía que atravesar un callejón medio a oscuras y de pronto bajo la luz muy tenue de la única bombita, vi escrito con tiza y en letras bien grandes: ’sin Perón no hay Patria ni Dios. Abajo los (cuervos)". La gente humilde estaba de duelo, y si la gente humilde estaba de duelo, entonces yo estaba en la vereda de enfrente".
El regreso de Perón
Carlos Mugica integró la comitiva del vuelo de regreso del General Perón a la Patria, el 17 de noviembre de 1972.
En los días posteriores al arribo de Perón, los contactos entre Mugica y el líder se intensificaron. Un 6 de diciembre y ante el asombro y la euforia de los vecinos, el General se presentó de manera imprevista en la villa donde Mujica ejercía el sacerdocio.
Fátima Cabrera de Rice recuerda que esa mañana “empezaron a sonar las campanas de la capilla convocándonos allí. Cuando llegamos y nos avisaron que Perón había llegado en su auto, no lo podíamos creer. Justamente acabábamos de escuchar por la radio que el general había salido de su casa en Vicente López con destino desconocido, pero nunca nos hubiéramos imaginado que pudiera venir hacia la villa”.
El objetivo del caudillo era encontrarse con el sacerdote, aparentemente para dejar abierta la posibilidad de que Mugica aceptara una candidatura a diputado en las elecciones de marzo. Desafortunadamente, el cura se encontraba en aquel momento en Mar del Plata. Entonces, el ex presidente entró en la capilla y, desilusionado, pronunció unas pocas palabras a la enorme cantidad de villeros presentes: “He venido para saludar al padre Mugica. Uno de los que realmente cumplen con su verdadero cometido sacerdotal y que, además, tengo entendido, hace muchas cosas por ustedes. Como no le he podido ver, le dejo encomendado a cada uno que se encargue de hacerle llegar mis afectuosos saludos”.
Al regresar esa noche de Mar del Plata y enterarse de la visita, Mugica no lo podía creer. Por la mañana llamó a la residencia del líder en la calle Gaspar Campos, en Vicente López, y una hora y media después se reunió allí con el general. Conversaron inicialmente sobre la problemática de las villas de emergencia y sobre la actitud de la Iglesia hacia el peronismo. Ambos acordaron la posibilidad de realizar, el día 9, una reunión entre un grupo numeroso de miembros del MSTM (Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo) y Perón. Lejos de ser una empresa sencilla, la organización de ese encuentro presentaba al sacerdote una dificultad casi insalvable: lograr que la mayoría de sus compañeros del Movimiento estuvieran de acuerdo, justo cuando la casi totalidad de los curas del interior del país se estaban alejando progresivamente de los postulados del líder para optar por una línea más radicalizada.
Los clérigos se reunieron en la parroquia San Francisco Solano, en Mataderos y, ante la propuesta del "cura del pueblo" de solicitar una entrevista con Perón, la mayoría votó en forma negativa. Entonces, con la astucia propia de un político (virtud de la que normalmente carecía), el padre Carlos invirtió la pregunta: -¿Y si Perón nos invita a nosotros? Tras reflexionar durante unos minutos, los sacerdotes volvieron a votar y, en este caso, la mayoría se pronunció afirmativamente. Horas después, Mugica se comunicaba con el viejo caudillo, y éste le transmitía formalmente la invitación para que "unos cincuenta de ustedes" concurrieran a su residencia de la calle Gaspar Campos.
La picardía de Mugica no les gustó a algunos de sus compañeros, entre ellos a Miguel Ramondetti, quien decidió no concurrir a la reunión. "Lo que hizo Carlitos no me pareció totalmente honesto".
La picardía de Mugica no les gustó a algunos de sus compañeros, entre ellos a Miguel Ramondetti, quien decidió no concurrir a la reunión. "Lo que hizo Carlitos no me pareció totalmente honesto".
Lejos de Montoneros
Ya a principios de la década del 70, y por mantener profundas diferencias con la política de lucha armada y las acciones violentas de la organización Montoneros, Mugica adopta una postura crítica, marcando un creciente distanciamiento con su cúpula dirigente.
El 7 de diciembre de 1973, Mugica expresó al respecto: "Como dice la Biblia, hay que dejar las armas para empuñar los arados". Si bien, durante la resistencia el accionar armado fue justificado por la prohibición de Perón de regresar a la Argentina, una vez concluida esta situación, y ya con Perón en el país, el Padre Mujica se alejó definitivamente del accionar armado.
El 11 de mayo de 1974, a las 8 y cuarto de la noche, y cuando Mugica se disponía a subirse a su Renault 4 azul, estacionado junto a la iglesia de San Francisco Solano, en la calle Zelada, 4771, donde había celebrado misa, fue tiroteado por Rodolfo Eduardo Almirón, uno de los jefes de la Triple A, dirigida por López Rega. Almirón luego jefe de custodia de Manuel Fraga Iribarne, en España. Mujica cayó herido de muerte por cinco disparos, de ametralladora "Ingram M-10", que le afectaron el abdomen y el pulmón. El tiro de gracia lo recibió, cobardemente, por la espalda.
Con un último aliento afirmó a quienes desesperados quisieron socorrerlo: "Ahora más que nunca tenemos que estar junto al pueblo..”.
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