16 de noviembre de 2010

A cajón cerrado

A cajón cerrado

La exhibición de cadáveres siempre me fue ajena. Los judíos velamos a los muertos a cajón cerrado. Siempre es así, siempre ha sido así.

Supe de ese ritual a mis 14 años, cuando falleció Víctor, el padre de mi madre. Mi abuelo paterno, don Julio, mi maestro, a quien tanto le debo en esta vida y de quien tanto aprendí, me explicó en medio del dolor por esa pérdida que los judíos velábamos a los muertos de ese modo para respetarlos, para recordarlos tal y como quisiéramos recordarlos, dejando de lado la imagen de un cuerpo desposeído de todo: de su color, de su vida, y hasta de su alma. El cajón cerrado supone un ejercicio de la memoria; es el culto a la memoria antes que a la muerte. El cajón cerrado es la victoria de la vida sobre la muerte.

No hace falta ser judío para comprender esto. En sucesivos velorios a los que he asistido en mi vida, evité ver al muerto en su impúdica exposición. Recordando las palabras de mi abuelo, siempre preferí mantenerme a distancia del cajón cuando este tuviera la tapa levantada: es mi mayor muestra de respeto.

Lo que hizo Cristina es único y maravilloso: sustrajo a los buitres el cadáver de su esposo. Nos obliga a todas y todos a recordarlo en vida, en su actividad, en su humor (o mal humor). Claro, siempre es más sencillo ver el fiambre y quedarse con eso... pero la memoria es más compleja, y excede el sentido de la vista. La memoria es un hecho político y social. El alma de los muertos, en mi creencia, no se eleva hacia un séptimo cielo o una novena nube, sino que queda entre nosotros, en el recuerdo, en la memoria colectiva que la resignifica y le otorga un sentido preciso.

Cristina, al tiempo que nos entrega a un Néstor vivo, impidió que los mercaderes de la muerte publicasen el jueves 28 en su tapa la peor foto posible. Tengamos por seguro que no iban a seleccionar la foto del Néstor vital, sino que agigantarían la imagen del cadáver aún insepulto. Con un telebeam escrutarían al Néstor indefenso; lo diseccionarían en el programa de Gelblung; se lo comerían en el programa de Mirtha Legrand. De allí su odio, su teoría paranoica de que el cajón estaba vacío: Mirtha hubiera querido invitar a su mesa a Néstor Kirchner solo para deglutir su cadáver, acompañándolo con una guarnición de rúcula y arroz con azafrán, servido por una sirvienta negra (pero negra cabeza) de uniforme negro con delantal blanco, expresión degradada del lugar que le reserva a los sectores populares.

Mirtha, siempre Mirtha, irreductiblemente Mirtha, nunca podrá tragar a Néstor Kirchner, y aún ella, militante activa del odio y el olvido, deberá recordar a Néstor Kirchner en vida.

Señora Legrand: los únicos cajones que permanecen vacíos son los de los treinta mil desaparecidos. Por una vez en la vida, vieja de mierda, tenga decencia.

por Mariano Szkolnik

1 comentario:

Anónimo dijo...

A mi me criaron en el odio al moishe usurero y cobarde, mientras fuí creciendo no tenía odio por suerte, pero sí desconfianza.

Luego ví moishes con pelotas como Verbitsky, Brieguer (que los moishes los tildaron de antisemita por hablar de las aberraciones que comete el estado de Israel), y Barenboim.

Ahora me encuentro con este comentario tuyo y confirma que hay moishes jugados y moishes fachos...
Realmente no puedo entender moishes como Gelblung, Aguinis justificando al nazimsmo, una aberración que causó el exterminio de Judíos y otras etnias.

Mariano te felicito por tu comentario, Cristina, un paso adelante del morbo de los Garcas de siempre, los cagó hablando mal y pronto, cuando les quitó las ganas de pegarle, asesinarlo aunque fuese ya muerto.

PD. Si Mirta se deglutía el cadaver de Néstor, su espíritu ya hubiera dado cuenta de ella lástima que no deglutió aunque sea un pedacito.