El recuerdo de su hermana Erminda describe a Evita en su plenitud humana, su sensibilidad y su actitud hermanada hacia los más humildes. Ayer hubiera cumplido 90 años.
EVITA según su hermana Erminda
Nunca pedías nada, ya que en esa hermosa libertad entre árboles, hierbas y pájaros, lo tenías todo. Pero de pronto fueron las vísperas de Reyes. A los Reyes Magos sí les podías pedir un juguete bellísimo. El cielo no es mezquino. La expectativa te arreboló; estabas encendida, como si te acabara de ofrecer una posibilidad única. Pero no vacilaste; era lo que querías tener, lo pediste con fervor: una muñeca de gran tamaño. La noche de aquel lejano 5 de enero dormiste sin reposo; seguramente el corazón te latía con fuerza. A la mañana corriste en busca de tus zapatos dejados en la ventana, y la vista. Quizá te habría producido el asombra de una aparición. Era altísima y realmente bella. Pero tenía una pierna rota.
Mamá te explicó en seguida que la muñeca se había caído de uno de los camellos, y de ahí su mutilación. ¿Es que los Reyes Magos andan mirando una estrella sin mirar el suelo? ¡Qué extraño! Tú, Eva, veías el cielo precisamente porque no dejabas de mirar la tierra. Viste la estrella en los ojos de los pobres. Lo que no te explicó nuestra madre es que había adquirido la muñeca casi por nada, sólo unas monedas, justamente a causa de esa rotura. Pero te dijo que los Reyes te la habían traído para que la cuidaras. Una misión dulcísima. Te bastó oír esas palabras para desbordarte en el acto de una piedad llena de ternura, una piedad que buscaba todas las formas de expresión. No sabías qué hacer para que en su alma de juguete la muñeca se sintiera compensada de su desgracia. Le hablabas, le sonreías, la querías más que si hubiera estado sana.
…estoy segura que con el correr de los años, muchas veces, al socorrer a alguien, quizás a un niño enfermo, te acordaste de tu muñeca renga. (…) ¿Tembló su imagen en el fondo de tus recuerdos la vez que un chico inválido, llevado a la Secretaría de Trabajo en brazos de su padre te pedía con los ojos que lo ayudaras a caminar? (…) El chico tenía parálisis infantil, y el padre, un hombre muy humilde, te pidió los medios para llevarlo a Estados Unidos y ponerlo en manos de una enfermera que había alcanzado fama por la terapéutica que aplicaba y que en muchos casos había dado buenos resultados.
Estaba allí el doctor Oscar Ivanisevich y le requeriste su opinión. Él se opuso al viaje y te dio sus razones con estas palabras: “Señora, es inútil, ya que nada se puede hacer puesto que la médula está interesada. No hay remedio y sería totalmente en vano mandarlo”. Pero entonces te ocurrió algo, lo que te sucedía siempre frente a casos sin solución. En tu niñez y en tu adolescencia una de tus características dominantes era encontrarle solución a todo; te negabas a aceptar, desde entonces, la idea de lo insoluble. Aun frente al desahucio buscabas algo que salvar. Y lo encontrabas. Lo que no ven los demás. Sin perder un instante le replicaste al doctor Ivanisevich: “Lo voy a mandar igual. ¿Saben por qué, doctor? Porque si no lo hago, este pobre padre se va a quedar con la pena de pensar que por no tener medios su hijo quedará para siempre paralítico.
En cambio, si va y allí se convence de que nada se puede hacer por el niño, volverá por lo menos con la tranquilidad de saber que por su hijo se hizo todo lo posible y tendrá fuerzas para sobrellevar esta carga tan pesada. ¿No le parece? ¿Quién hubiera ido más allá en la delicadeza de tus sentimientos? Nadie había advertido que alrededor de lo insalvable había alguien a quien recuperar. No pudiste salvar al hijo pero de alguna manera salvaste al padre.
…tenías más imaginación que los demás, pero no porque inventaras cosas inexistentes sino porque sabías descubrirle a la realidad todos los matices, todos los trasfondos.
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