Se llamaba Juan…
En el umbral del silencio la imagen del Líder se agiganta y su sombra tiene el perfil de la República.
Hizo de su Patria sumergida una Argentina libre y redentora.
Y, trascendiendo las fronteras de su limitación geográfica, toda América parió su estatua en la plaza de las multitudes y en el bronce de la Patria Grande.
En evangelio de su tiempo nuevo se hizo doctrina en su palabra.
Porque condenó la violencia de los poderosos, fue seguido por los humildes.
Porque condenó la arbitrariedad del privilegio, fue seguido por los justos.
Porque repartió el pan de la tierra fue seguido por los hambrientos.
Tuvo la fe de los precursores y la voluntad de los que hacen.
Marchó al destierro por la traición de unos y la cobardía de otros.
Volvió a la Patria sobre el arrepentimiento de aquellos y sobre el fracaso de todos.
Y, predicando la unidad de su tierra dividida, selló el reencuentro de los argentinos en el perdón del pasado, en la esperanza del futuro.
La magia de su nombre es estandarte de victoria en la causa del pueblo, y por su pueblo, su nombre ganará la guerra contra la violencia y la injusticia.
Se llamaba Juan. Y, como el bautista del testamento bíblico, puso la señal de Dios en el camino de la liberación y la paz.
Su vida fue la lucha apasionada de los héroes.
Su muerte le dio la inmortalidad suprema de los grandes.
Alejandro Olmos